Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



jueves, 28 de abril de 2016

8/4/2016 – La Riera de Merlès – La Balma de Les Heures

Mal tiempo, Semana Santa y el 90 cumpleaños de mi padre nos han impedido salir hasta hoy. Pep propone continuar subiendo el valle de la Riera de Merlès, reanudando desde donde lo dejó con Carles en marzo. Esto implicaría entrar en el municipio de La Quar, en la zona de Les Heures. Hoy, nos acompaña mi hijo Anthony, que ha subido a Berga para desestresarse. La verdad es que ha aprendido a disfrutar de nuestras salidas y aprovecha la ocasión para escuchar las sabias palabras de Pep.

En el coche, vamos remontando la carretera que bordea la Riera de Merlès. Mientras Pep aparca cerca de la casa de Montclús, Anthony comparte sus reflexiones durante el viaje: “Os hace falta un perro. Una mascota que espere impacientemente el momento de abrir la puerta del coche para salir corriendo a descubrir cosas nuevas”. Nos quedamos pensativos unos segundos. “No”, contesto finalmente. “Para eso no nos hace falta el perro. Ya lo hace Carles”.

Liquidado el tema del perro, cruzamos a la ribera izquierda de la Riera por un puente y vamos caminando hacia el norte por una pista. La estrategia es ir bajando a la Riera cada vez que se ve una extensión importante de roca para ver si hay agujeros. Tras las lluvias del último mes, el agua baja con una alegría que hace muchos meses que no hemos visto.

Uno de los tramos de la Riera de Merlès

Así vamos contando agujeros hasta llegar al Gorg de les Heures, un lugar donde la Riera se estrecha, formando un angosto pasillo y luego se ensancha, con una amplia explanada de roca muy popular en verano para bañarse. Mientras Pep va corriendo de un lado a otro, documentando agujeros de antiguas pasarelas, nosotros le contemplamos desde el puente, compartiendo un pequeño tentempié y conversando. “¡Filistinos!”, nos reprocha cuando llega al puente. “A mí basta la historia para alimentarme”.

La entrada al Gorg de Les Heures

Pero enseguida le pasa la indignación; cruzamos la carretera y entramos en una zona de bosque bajo la casa de Les Heures. Siguiendo el pequeño valle del arroyo, llegamos a unos campos donde el valle se ensancha. Allí hay un cerezo en flor, un roble centenario y, a la derecha, una serie de terrazas con unas construcciones en el hueco de una roca. Es la Balma de Les Heures. Quitando a Pep, ninguno de nosotros había estado aquí antes. Es un entorno idílico, perfecto para picnics. Exploramos el interior de la Balma. Su último uso era como almacén y corral pero Pep está convencido que en la Edad Media, era una vivienda.

 El entorno de la Balma de Les Heures, que se ve al fondo

 Vista del interior

Y desde la 'terraza'

Subimos a una pista detrás de la Balma e iniciamos un largo ascenso con una pendiente suave, primero subiendo el Rec de Les Heures, pasando por el Baga de les Heures y luego entrando en el valle del Torrent Llarg. Esta zona también se escapó de los incendios de 1994 y es un bosque maduro de pino albar. Mientras Pep y Carles van delante, yo sigo unos 50 metros detrás, disfrutando del bosque y el canto de los pájaros. Y detrás mío, viene Anthony, como un alma en pena, arrastrando los pies y consultando su móvil cada 10 minutos. Más tarde, me confesará que aquella pista se le hizo eterna. “Las pistas son para hacer en coche, no para caminar”, sentencia.

Llegamos a un cruce de pistas. Allí hay un estanque con pequeñas carpas rojas. “Alguien vació allí una pecera”, pienso. Pep propone comer en la casa de Puigcercós y continúa por la pista al otro lado del cruce, que sube con bastante pendiente. De repente se para. “No vamos bien”, y damos media vuelta y giramos por la pista que estaba a la izquierda en el cruce, hacia el sur. Salimos del bosque en una especie de planicie, con la casa de Colldesegrià a la vista. “Por aquí hay unas tinas”, musita. “Nunca las he encontrado”, y gira hacia el oeste. Pero al cabo de unos 100 metros, desiste. “No las vamos a encontrar y se nos hará tarde” y da media vuelta. Miro a Pep preocupado. No estamos acostumbrados a tanta indecisión.

Vemos la casa de Puigcercós desde el otro lado del valle. En el fondo, Puigmal nevado

Salimos a la cresta y, al otro lado del valle, vemos la casa de Puigcercós en ruinas, sobre otro llano. “Había que tomar la pista a la derecha en el cruce”, concluye Pep. Continuamos por la pista hacia el sur. “¿Por dónde queréis bajar?”, pregunta Pep. “Podemos bajar por aquí e ir La Mora o continuar un poco más y bajar por Montclús. Los dos sitios me interesan pero por La Mora habrá más asfalto”. “Que haya el mínimo de asfalto”, interpone Anthony. “Pues, en honor a nuestro invitado, así se hará”, dice Pep.

Continuamos por la pista, parando en una explanada de roca para comer. Pasamos bajo una línea de alta tensión y poco después, Pep encara ya la bajada, sin camino como es su costumbre. Vamos bajando como podemos por una pendiente fuerte y rocosa, con plantas espinosas que nos rascan y pinchan. Detrás mío, Anthony intenta buscar la ruta menos dolorosa pero con poca suerte. Está claro que jugar al tenis en Barcelona no prepara para bajar estas cuestas.

Ante sus quejas, desde más abajo Carles contesta: “Es culpa tuya. Tú elegiste venir aquí”. “Sí, ‘mínimo de asfalto’, dijiste”, corroboro. “Con lo bonito que es el asfalto”, concluye Carles. Pero cuando parece que tendremos bajar toda esa cuesta dando tumbos, vemos un camino a unos 200 metros hacia el norte y nos lanzamos directamente hacia él como si fuera una balsa salvavidas. Cuando llegamos, parece hecho más por motos que por personas pero está despejado y nos lleva hacia abajo sin más percances.

Desde allí, Pep nos lleva hacia un rectángulo de piedras en un llano rocoso encima de la casa de Montclús. “Aquí excavaron”, dice Pep. “Había cerámica del siglo IX-X”. Medio kilómetro después, estamos en el coche.

Todo lo que queda de la casa medieval de Montclús

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 17,2 km; 450 metros de desnivel acumulado.

La primavera avanza imparable en Montclús

P.S. El día siguiente, Anthony no se levantó hasta mediodía. Estaba destrozado, pobrecito.

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